jueves, 16 de abril de 2009

sábado, 15 de noviembre de 2008

domingo, 9 de noviembre de 2008













La vida de Thomas Boone Pickens, un multimillonario que se ajusta al ideal de empresario hecho a sí mismo, está entre las favoritas de la prensa estadounidense. Forjó su fortuna hace medio siglo en las explotaciones petroleras de Texas. Con 80 años, sigue interesado en el subsuelo.

Sólo que ahora, en vez de reservas de oro negro compra reservas de agua। El multimillonario ha vuelto a poner el ojo en un negocio pujante, que tiene en la industria embotelladora a su máxima expresión. En una década, el consumo mundial de botellas de agua se ha duplicado. Pero, a una velocidad aún mayor, se suceden los llamamientos para restringir su consumo.

El petróleo y el agua embotellada rivalizan por ser la mercancía cuyo comercio genera más dinero en el mundo. En ambos casos, Estados Unidos es, de largo, el primer consumidor, con cuotas que superan el 23% y el 17%, respectivamente. Y es también en EE UU donde el reguero de críticas ha cogido la fuerza de un torrente. La primera andanada fue de las organizaciones conservacionistas. Según las estimaciones de Pacific Institute, se necesitó una cantidad de petróleo equivalente a 100 millones de barriles (el crudo que importa España en dos meses) para producir el plástico de todas las botellas que se utilizaron en 2006 en el mundo. Casi todas son de PET, del que en EE UU sólo se recicla un 14%.

Más madera verde. Earth Policy Institute hace hincapié en las distancias recorridas (y en el impacto ambiental del combustible gastado) para suministrar un producto que, en condiciones más que suficientes para su consumo, también se ofrece a través de las cañerías con un coste energético infinitamente menor.

El caso favorito de los ecologistas es el de Fiji Water, una marca con un meteórico éxito en Estados Unidos. Su botella cuadrada es un complemento habitual de los famosos, encandilados por su exotismo: el agua proviene de un acuífero bajo una tupida selva de esta isla del Pacífico de la que la compañía destaca que está a "cientos de kilómetros de distancia de cualquier continente". Aquí atacan las asociaciones ecologistas: para llegar a sus consumidores norteamericanos, las botellas deben recorrer una enorme distancia en barco, con el gasto en combustible que eso supone. Y, más grave aún, en esta recóndita isla del Pacífico, casi un tercio de sus habitantes no tienen acceso garantizado a agua potable.


Las protestas conservacionistas cogieron vuelo hace un año cuando la conferencia anual de alcaldes estadounidenses aprobó una moción para promover el consumo de agua de grifo. San Francisco secundó una decisión de Los Ángeles para prohibir la compra con dinero público de agua embotellada. Nueva York y Boston financian campañas para lavar la imagen del agua de grifo. Y Chicago ha establecido un impuesto de 10 céntimos de dólar (7 céntimos de euro) por botella para desincentivar su consumo. Una tasa ya recurrida por la patronal estadounidense.

"En España, la situación es muy distinta", opone Irene Zafra, secretaria general de Aneabe, la asociación nacional que representa al sector. "La inmensa mayoría del agua embotellada que se consume aquí es de producción local, no hay apenas importación, el coste de transporte es mucho más reducido", señala.

En Estados Unidos, más de un tercio del agua embotellada es, simplemente, agua del grifo, tratada o no; un negocio monopolizado por Nestlé y Danone, los dos líderes mundiales. En España, el 96% son aguas minerales naturales. "Lo que se está ofreciendo es un producto absolutamente natural, que no compite ni tiene que compararse con el agua de grifo", explica Zafra. La dirigente de Aneabe recuerda que "está prohibido" tratar el agua que se recoge del acuífero, que tiene que pasar 12 análisis al año, y aduce que su contenido en minerales es beneficioso para algunas dolencias.

En cuanto a los reproches medioambientales, la tasa de reciclado del plástico en España es mayor (32,5%) y Zafra subraya el esfuerzo de la industria por reducir el peso de las botellas (ahora son un 45% más ligeras que hace dos décadas) y, de esa manera, el coste energético del transporte. La dirigente de Aneabe recuerda además que otras bebidas incurren en costes similares o mayores, "cuando es mucho más saludable beber agua embotellada".

Pese a las críticas, el ritmo de expansión de la industria no decae. En 2007 se consumieron en el mundo casi 190.000 millones de litros, un 47% más que en 2002. España es el séptimo país en consumo por habitante, con 120 litros per cápita. "En la huelga de transporte de junio, lo primero que se agotó en los supermercados fueron las botellas de agua", recuerda Andrea Gambus, de Wawali, una empresa barcelonesa especializada en la distribución de aguas premium, las top-model del mercado.

"Con el agua, está pasando como ocurrió con el vino, hay mucho interés por conocer aguas con características muy singulares", comenta Gambus para glosar un fenómeno que ha dejado de ser noticia: en las cartas de los restaurantes más lujosos, se han hecho hueco aguas que provienen de un manantial bajo un volcán japonés (Finé), de la lluvia recogida en Tasmania (Cloud Juice), o filtrada de glaciares canadienses (Berg). Si el precio del agua mineral más común es entre 350 y 1.000 veces más cara que la que sale del grifo, en estos casos la comparación es disparatada. La botella de la marca estadounidense Bling, decorada con cristales de Swarovksi, pasa por ser la exclusiva del mundo: no se encuentra por menos de 35 euros, casi 40.000 veces más que el precio medio del agua en las ciudades españolas.

En España, las críticas apenas se han traducido en iniciativas concretas. La que abandera el Ayuntamiento de San Sebastián desde hace un año es la más llamativa. 70 establecimientos donostiarras se han adherido a su campaña para sustituir las botellas por agua de grifo en los menús. "Aquí el agua de la red es de altísima calidad. Nuestro objetivo es reducir en origen la producción de residuos", señala Victoria Iglesias, directora de medio ambiente de la corporación vasca.